HIPOCONDRÍA: CUANDO EL MIEDO A ENFERMAR SE CONVIERTE EN ENFERMEDAD.
Es común que, en algún momento, todos hayamos sentido preocupación por algún síntoma físico, imaginando que podría tratarse de algo más grave. Sin embargo, en el caso de la hipocondría, ese temor se convierte en el eje de la vida de quien lo padece. El miedo a estar enfermo es la enfermedad. La persona sufre de una ansiedad constante relacionada con su salud, incluso en ausencia de pruebas médicas que indiquen una patología orgánica.
Las personas con hipocondría suelen acudir de forma reiterada a consultas médicas, convencidas de tener alguna afección grave. A pesar de los estudios clínicos y resultados que descartan cualquier enfermedad, no encuentran tranquilidad. Desconfían del diagnóstico, creen que las pruebas no fueron adecuadas o que el médico ha pasado algo por alto. Esta búsqueda incesante de respuestas médicas, sin éxito, provoca un gran desgaste emocional y económico, tanto para el sistema de salud como para la persona.
El sufrimiento que experimentan es real. No están fingiendo ni simulando síntomas: viven con una angustia intensa, similar a la que produce una enfermedad física. Incluso sus sensaciones corporales —dolores, molestias— pueden ser tan vívidas como las de una dolencia orgánica, aunque no haya lesiones que las respalden. La diferencia es que, al tratarse de un origen psíquico, muchas veces su malestar no es reconocido socialmente con la misma legitimidad.
Cuando el cuerpo enferma, la energía se reorienta hacia la curación. Nos replegamos, nos retiramos de la vida social y afectiva, y volcamos nuestras fuerzas en sanar. En la hipocondría sucede algo similar, pero sin una causa física aparente: la persona se desconecta del mundo exterior, centrando toda su atención en su cuerpo y sus sensaciones. Esta actitud puede relacionarse con mecanismos psíquicos más antiguos, que se activan ante determinadas situaciones internas o externas, como si se tratara de respuestas infantiles que no han sido actualizadas con el desarrollo psíquico adulto.
Desde el enfoque psicoanalítico, la hipocondría puede entenderse como una manifestación de conflictos inconscientes: dificultades para canalizar el deseo, la energía libidinal, o incluso sentimientos de hostilidad o culpa. La energía psíquica, que debería fluir hacia otras áreas de la vida —relaciones, trabajo, creatividad— queda estancada y vuelta hacia el propio cuerpo. Se transforma en síntomas que actúan como sustitutos de deseos reprimidos.
En el caso de muchos varones jóvenes, estas fantasías inconscientes pueden estar vinculadas a la masturbación y a creencias morales internalizadas, con un fuerte componente de culpa. Expresiones populares que condenan o estigmatizan estas prácticas revelan un trasfondo de conflicto psíquico.
En este contexto, los síntomas hipocondríacos no son caprichos, sino señales de una lucha interna: la imposibilidad de gestionar adecuadamente las pulsiones, de asumir el deseo y convivir con el displacer que forma parte de la vida adulta, la gestión con la realidad. El psicoanálisis ofrece un espacio donde trabajar estos contenidos inconscientes, permitiendo que la persona acceda a una mayor madurez emocional, capaz de afrontar la realidad de forma más integrada.
La hipocondría forma parte de las llamadas neurosis actuales, junto con la neurastenia y la neurosis de angustia. Estas condiciones se caracterizan por una dificultad en la gestión de la carga libidinal en el presente. El cuerpo se convierte en el escenario donde se representa un drama interno, una forma de autoerotismo donde la energía psíquica se vuelve sobre sí misma, en lugar de ser expresada hacia el exterior.
Muchas veces, el miedo a la enfermedad encubre otro temor más profundo: el miedo a vivir plenamente, a entregarse al deseo, al cambio, al contacto con los demás. El hipocondríaco queda atrapado en una constante autoobservación, sin energía disponible para proyectos, vínculos o experiencias nuevas.
La salud es un trabajo continuo. Implica poder asumir el displacer como parte del crecimiento y enfrentarse a los desafíos de la existencia sin quedar paralizado por ellos. A través del proceso terapéutico, es posible que la persona recupere su capacidad de vivir sin estar sometida al sufrimiento constante que impone su propia mente.
Laura López – Psicóloga y
Psicoanalista
www.lauralopezgarcia.com
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