ACERCA DE LA TRANSFERENCIA Y EL AMOR EN TRANSFERENCIA
La transferencia aparece por primera vez en el libro de la interpretación de los sueños y va a ser esencial para la técnica psicoanalítica. No hay interpretación antes del establecimiento de la transferencia. La transferencia se in instala entre el médico y el paciente y regula la relación. El tratamiento psicoanalítico comienza incluso cuando se ha instalado la transferencia. Se establece de manera espontánea y la construcción del mundo psíquico para el sujeto psicoanalizado comienza por el psicoanálisis de la transferencia. Se interpretan las ligazones fantásmicas de la libido.
Entonces antes de que el paciente comience su psicoanálisis, nos indica el doctor Miguel Oscar Menassa, hay una serie de tareas del psicoanalista frente al paciente que son: puntualizaciones, interjecciones, curiosidades discretas, estímulos serenos, libertad de entonaciones, movimiento de barita para las escansiones y los ritmos, explicación concedida sin reticencia, respeto a los pudores, acogidas corteses de lo escabroso, de lo escatológico, de lo obsceno, tolerancia a la seducción y de la agresión, señalamiento de algunos límites, juicio de no complacencia.
Cuando se instala la transferencia, se "transfiere" se pone en el cuerpo de la transferencia aspectos de su padecimiento. Las representaciones permanecen inconscientes y el afecto se transfiere a nuevas representaciones ligadas al pensamiento consciente que sí se toleran. Por ejemplo con úlcera, se hace "un agujero en el estómago" y también lo va a hacer en la relación psicoanalítica. Llega 15 minutos tarde a su sesión, produce un agujero ulceroso también en su tratamiento psicoanalítico, en el cuerpo de la transferencia.
La palabra en sí no cura, sino que es la palabra dicha sobre la relación transferencial. La transferencia es la puesta en acto del inconsciente.
En la situación analítica pueden acontecer en la situación transferencial el caso en que el un paciente muestre signos inequívocos o declare abiertamente haberse enamorado del médico.
Esta situación tiene un lado cómico y un lado serio y tenso. Es una situación complicada y difícil de resolver.
Se puede pensar que sólo caben dos soluciones: o las circunstancias de ambos les permiten contraer una relación legítima y definitiva que por un lado es poco frecuente, o tienen que separarse y abandonar la labor terapeútica iniciada. También podrían mantenerse una relaciones ilegítimas y pasajeras, pero la dignidad profesional hacen de esto un imposible.
Supongamos que se interrumpe el tratamiento. Para el paciente o la paciente es necesario seguir en el tratamiento, y realiza una nueva tentativa con otro médico , del que también termina enamorándose. Este hecho debe reportar grandes enseñanzas. El enamoramiento depende de la situación psicoanalítica y no puede ser atribuido a los atributos personales del médico. Entonces el paciente ante esta posibilidad o bien podría renunciar al tratamiento o dar cuenta que el amor va a ser pasajero. Los familiares del enfermo/a decidirían retirarle del tratamiento, pero la decisión no debe ser abandonada a los familiares, pues el cariño de los mismos no le curará de la neurosis. Seguirá conservando su neurosis y la alteración en la capacidad de amar.
No parece que el enamoramiento surgido en transferencia pueda procurarnos nada favorable a la cura. La paciente pierde todo interés por la cura y no quiere oír hablar de otra cosas que de su amor y demanda ser correspondido/a. O bien no muestra los síntomas que le aquejaban o no se ocupa de ellos para nada y dice estar curado/a. El psicoanalista no debe incurrir a error y creer que el tratamiento ha terminado.
Es importante determinar que todo lo que viene a perturbar la cura va a ser una manifestación de la resistencia. Y esta va a participar en la aparición de las exigencias amorosas. Pero anteriormente se muestra dócil, acepta las explicaciones, comprende, su inteligencia es clara...Después se muestra absorbida por el enamoramiento y esta transformación vemos que se produce justo en un punto clave en el que suponíamos iba a comunicar o recordar un fragmento especialmente penoso y reprimido de su historia. Se sirve la resistencia del enamoramiento para coartar la continuación de la cura.
Hay factores que complican esta situación. Por ejemplo la tendencia del paciente a comprobar el poder de sus atractivos, su deseo de quebrantar la autoridad del médico , haciéndole salirse de su función, descendiéndolo al puesto de amante. También de la resistencia sospechamos que haya utilizado la declaración amorosa para sucumbir posteriormente a la represión.
El punto de vista psicoanalítico nos muestra otra vía. La cuestión es cómo ha de comportarse el psicoanalista ante una situación tan embarazosa pero a la vez tan importante para el tratamiento. Invitar a un paciente a rechazar sus instintos equivaldría a conjurar un espíritu de los infiernos y despedirle luego sin interrogarle. Es como si trajera lo reprimido a la conciencia y reprimirlo de nuevo. No podríamos saber de las consecuencias de este proceder, dado que contra las pasiones no se puede conseguir nada con razonamientos. El paciente no verá más que el desprecio y tomará venganza de él.
Tampoco se podría adoptar un término medio , como afirmar que se le corresponden en los sentimientos y eludir toda manifestación física de cariño, o encaminar la relación amorosa por senderos menos peligrosos y hacerla ascender a un nivel superior.
El psicoanálisis es veraz, con acción educadora y ética. No se puede engañar. Del paciente también le indicamos la más absoluta veracidad, entonces nos jugaríamos la autoridad.
Fingir cariño también conlleva peligros. No hay que apartarse de la neutralidad. La necesidad y el deseo del paciente son fuerzas que han de impulsarle hacia la labor analítica y la modificación de su estado.
Si se accede a corresponde el amor del paciente, conseguiría una victoria para ella y una derrota para su curación, porque habría repetido en vida algo que sólo debía recordar, reproduciéndolo como material psíquico y manteniéndolo en los dominios anímicos. Posteriormente en sus relaciones amorosas manifestaría luego todas las inhibiciones y todas las reacciones patológicas de su vida erótica, sin que pueda corregirlas y la aventura le dejaría con remordimientos y su tendencia a la represión se vería intensificada. Se conduciría la situación como la historieta en la que un agente de seguros reacio a la religión cae gravemente enfermo y sus familiares le llevan a un sacerdote para que se convirtiera antes de la muerte. La conversación se prolonga, y vemos que el incrédulo no se había convertido, pero el sacerdote vuelve a su casa asegurado contra toda clase de riesgos.
La satisfacción de las pretensiones amorosas del paciente es tan fatal para su psicoanálisis como su represión.
El psicoanalista no debe desviar al paciente de su transferencia amorosa o disuadirla de ella ni tampoco corresponderla . Se trataría la transferencia amorosa como si fuese algo irreal, como una situación por la que hay que atravesar para la cura y que tiene que dirigida a sus orígenes inconscientes. Conlleva fundamentos infantiles su amor. En personas de pasiones elementales y naturaleza primitiva, que no toleran sustitución, se producirá una fuerte hostilidad, presentando una indomable necesidad de amor .
Es importante incidir en que este amor es una resistencia, pues un enamoramiento verdadero haría más dócil al paciente, intensificaría su voluntad por resolver los problemas que acontecen en su caso. Pero se muestra caprichosa y desobediente , deja de interesarse en el análisis y deja de creer en las afirmaciones del médico. Además que si el médico elude su enamoramiento, se hará la paciente la despreciada y eludirá la curación en venganza, como ahora también lo hace con su enamoramiento.
Decir que este enamoramiento al psicoanalista no presenta ni un solo rasgo de la situación actual, sino que se compone de reacciones anteriores e incluso infantiles. En sus psicoanálisis se le muestra al paciente. Agregaremos cierta paciencia para dominar la situación y continuar con la labor psicoanalítica.
La resistencia en el amor de transferencia es algo cierto pero también es cierto que la resistencia no genera este amor, lo encuentra ya ante sí y se sirve de él, exagerando sus manifestaciones. Es cierto que este enamoramiento se compone de nuevas ediciones de rasgos antiguos y repite reacciones infantiles, pero esto ocurre en todo enamoramiento. No hay ninguno que no repita modelos infantiles. Precisamente aquello que constituye el carácter obsesivo procede de su condición infantil. El amor de transferencia presenta una mayor dependencia del modelo infantil en comparación con el amor "normal", se muestra menos dúctil y con menos susceptibilidad de modificación.
Hay entonces un enamoramiento que surge en el tratamiento analítico con los siguientes rasgos: es provocado por la situación analítica, queda intensificado por la resistencia dominante en tal situación y es menos prudente, más indiferente a sus consecuencias y más ciego en la estimación de la persona amada que otro cualquier enamoramiento normal.
Está vedado extraer provecho personal de éste. Una vez que se vencen las dificultades suelen confesar las pacientes que al emprender la cura abrigaban ya la siguiente fantasía: "Si me porto bien, acabaré por obtener, como recompensa, el cariño del médico".
El fin del psicoanálisis es devolver a la enferma la libre disposición de su facultad de amar, coartada ahora por las fijaciones infantiles para que haga uso de ella en su vida real, una vez terminado el tratamiento. Es como si en una carrera de perros se estropease la llegada a la meta tirando un chusco en la pista, cuando en la meta el premio son salchichas, olvidando la carrera y el copioso premio que espera el vencedor.
Hemos de tener en cuenta que el amor sexual es uno de los contenidos principales de la vida, la satisfacción anímica y el placer físico y rechazar un amor que se ofrece así, a pesar de la neurosis y la resistencia, es tentador. Pero el analista ha de quedar excluída toda posibilidad de abandono de la labor profesional. Debe aprender el enfermo/a a dominar el principio del placer y renunciar a una satisfacción próxima pero socialmente ilícita, en favor de otra más lejana e incierta, pero ya irreprochable desde el punto de vista psicológico y social.
El terapeuta libra un triple combate:
-Con su interior, contra los poderes que intentan hacerle descender del análisis
- Fuera del análisis contra los que le discuten la importancia de las fuerzas instintivas sexuales y le prohíben servirse de ellas en su técnica científica
- En el análisis contra sus pacientes que al principio se comportan como adversarios pero manifiestan una hiperestimación de la vida sexual que los domina
El psicoanalista sabe que opera con fuerzas explosivas y que ha de observar la misma prudencia y escrupulosidad que un químico en su laboratorio, y al químico no se le proíibe continuar con su labor en la obtención de materias explosivas indispensables. Hay otros tratamientos más inocentes, pero es tan inútil el furor sanandi como cualquier otro fanatismo.
Extraído de Observaciones sobre el amor de transferencia, Sigmund Freud
y La transferencia en Psicoanálisis, de Miguel Oscar Menassa, Extensión universitaria.
Laura López , psicoanalista en formación continua con Grupo Cero
y Psicóloga colegiada
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