ACERCA DEL COLECHO. UN CASO DE NEUROSIS INFANTIL
Un niño pequeño, que en los primeros años de su vida había compartido el dormitorio de los padres- como sucede tan a menudo en las familias de la pequeña burguesía – tuvo frecuentes y aun constantes oportunidades de observar las relaciones sexuales de sus padres, de ver muchas cosas y d e oír muchas más, ocurriendo todo esto a una edad en que apenas había alcanzado la capacidad del lenguaje.
En la neurosis ulterior, desencadenada inmediatamente después de la primera polución espontánea, el insomnio se destacaba como síntoma más precoz y molesto : el niño se tornó sumamente sensible a los ruidos nocturnos, y una vez despierto, no podía volver a conciliar el sueño. Este trastorno del reposo era un genuino síntoma de transacción: por un lado, expresaba su defensa contra aquellas observaciones nocturnas; por el otro, era una tentativa de restablecer el estado de vigilia que otrora le permitió atisbar aquellas impresiones .
Despertada precozmente su virilidad agresiva por tales observaciones , el niño comenzó a excitar manualmente su pequeño falo y a emprender diversos ataques sexuales contra la madre, identificándose con el padre, cuyo lugar ocupaba al hacerlo .
Estas actividades continuaron hasta que por fin la madre le prohibió tocarse el pene, amenazándole además con contárselo todo al padre, quien lo castigaría quitándole el pecaminoso miembro .
Tal amenaza de castración tuvo un efecto traumático extraordinariamente poderoso sobre el niño, que abandonó su actividad sexual y experimentó una modificación del carácter. En lugar de identificarse con el padre, comenzó a temerlo, adoptó una posición pasiva frente a él, y mediante ocasionales travesuras provocaba sus castigos físicos , que adquirieron para él una significación sexual, de modo que al sufrirlos pudo identificarse con su maltratada madre.
Se aferró cada vez más temerosamente a la madre, como si en ningún momento pudiera pasarse sin su amor, en el que veía la protección contra el peligro de castración que lo amenazaba por parte del padre. Dominado por esta modificación del complejo de Edipo, transcurrió el periodo de latencia libre de trastornos notables; se convirtió en un niño ejemplar y tuvo éxito en sus labores escolares.
El comienzo de la pubertad trajo consigo la neurosis manifiesta y dio expresión a su segundo síntoma básico, la impotencia sexual. El adolescente había perdido toda sensibilidad genital, nunca intentaba tocarse el pene ni osaba aproximarse a una mujer con intenciones eróticas.
Toda actividad sexual quedó limitada a la masturbación psíquico, con fantasías sadomasoquistas en las cuales era dificil dejar de reconocer los derivados de aquellas tempranas observaciones del coito parental. El brote de masculinidad exaltada por la pubertad que trae aparejado se consumió en feroz odio y en rebeldía contra el padre . Esta relación, llevada al extremo de no vacilar siquiera ante al autodestrucción, provocó también su fracaso en la vida y sus conflictos con el mundo exterior. Así, le era imposible tener éxito en su profesión, pues el padre se la había impuesto, tampoco tenía amigos y jamás entabló buenas relaciones con sus superiores.
Cuando aquejado por estos síntomas e inhibiciones y muerto ya el padre logró hallar por fin una mujer, se manifestaron en él, como núcleo de su modalidad, rasgos de carácter que convirtieron su trato en empresa muy difícil para cuantos lo rodeaban.
Desarrolló una personalidad absolutamente egoísta, despótica y brutal, que parecía sentir la necesidad imperiosa de oprimir y ofender a los demás.
Llegó a ser la copia fiel del padre, de acuerdo con la imagen de éste que había plasmado en su memoria, es decir, reanimó la identificación paterna, en la cual el niño pequeño se había precipitado años atrás por motivos sexuales.
En estas manifestaciones reconocemos el retorno de lo reprimido que hemos descrito como parte integrante d ellos rasgos esenciales de toda neurosis junto con las repercusiones del trauma y con el fenómeno de la latencia.
Sigmund Freud, Moisés y la religión Monoteísta 1934,39
Laura López, psicóloga colegiada
y psicoanalista en formación continua con Grupo Cero
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