CAMISA DE ONCE VARAS
Sé que me
meto en camisa de once varas, pero el metro está para medir, y el
lenguaje para hablar, para que podamos hacer también, de la cinta
métrica, metáforas. Hoy no podía dormir a pierna suelta, una
dificultad en el entregarme, me hizo atravesar esta pluma
digital.
Escribir, me enseñaron, es sublimar y la base
material del pensamiento. ¡Qué libertad en la pantalla, en sus
blancos y negros! Blanco y negro, sí o no....se posan como pájaros
en mi mirada. A veces pareciera que estamos en un partido de tenis,
donde la pelota pasa de un lado a otro y nuestras cabezas giran junto
con la mirada que se comba a la altura de los cuerpos. Ya no
deberíamos ser niños que miramos esperando aprobación o alguien
que certifique lo que está bien o lo que está mal. Arrojarse a la
piscina es nuestra mejor versión. Pareciera a veces que la vida se
rigiera por opiniones, por puntillitas y matices absurdos que dan
rotundidad a los actos. Pero no nos engañemos, hay algo que nos
guía. Cada cual saca su provecho en los “a pies juntillas”. Y
volvemos al partido de tenis en esta cancha, donde quien gana es
quien más labia tiene o más defiende sus argumentos. Nos están
distrayendo de lo que verdaderamente importa ¿qué otro escenario
campa a sus anchas?
Somos muchos y muchas los que nos
encontramos en el vértice de las noticias, en las opiniones. Y hace
frío en este calor insoportable. Estoy leyendo teatro, y Oscar Wilde
me lleva a escenarios cómicos y de punzante ironía. “La
importancia de llamarse Ernesto” me atrapa, lo reconozco, ese juego
donde uno es otro también y se duplica, me hace pensar en el sujeto
dividido que habla Freud, donde somos consciente e inconsciente.
Somos dobles, y triples y múltiples. Está también aquel otro
personaje que encontré en otro escenario que se justifica, y que en
el “piquito” aprovecha y señala que el machista es el otro y no
él. El machismo no se cercena en lo genital.
Hay besos
robados, de película, donde en el juego amoroso, hay un tira y
afloja, o en la dificultad de la palabra y la represión del deseo de
la amplitud sexual, van a fermentar en otra modalidad que recuerda a
la histeria, donde es no pero sí. Pero no reprimamos la sexualidad,
no nos atrincheremos, atrevámonos a hablar. El señor “Cascales”
se pasó de la raya, pero no sólo en el movimiento de labios, sino
en la horda que representa y en toda su trayectoria. Pero ¿y las
mujeres? ¿Nos situamos en la posición de objeto? ¿Es difícil
abandonar esa posición para hacernos mujeres deseantes? ¿Pasamos de
la familia, de ser unas “niñitas” a ser los objetos del mundo?
¿Cómo es en cada mujer? ¿Nos hacemos cómplices en nuestros
pequeños actos cotidianos de esa posición o hablamos y sujetamos
las riendas del mundo, entramos en lo económico, en lo social? ¿Nos
apeamos en marcha cada vez que un obstáculo aparece, nos apoyamos o
hacemos también la zancadilla para no modificarnos y delatarnos cada
una de lo que padecemos?
El metro
está para medir, pero no nos midamos, somos diferentes, amemos,
hablemos y luchemos por conquistar nuestros lugares como compañeras
y compañeros. No seamos ingenuas/os las guerras hacen retroceder a
la mujer siglos, por algo será. No a la guerra de sexos, si a la
lucha por ser sujetos deseantes, con sexualidad, con palabra.
Laura López Psicóloga-psicoanalista
www.lauralopezgarcia.com
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