LO QUE REALMENTE ESCONDE LA ENVIDIA

 


La envidia es un sentimiento profundamente humano, aunque habitualmente negado. Admitir que la sentimos suele resultar incómodo. Los juicios morales y las ideas preconcebidas que la rodean hacen que muchas personas no puedan aceptar su existencia en sí mismas y puede actuar de forma reprimida. Sin embargo, cada vez que aparece en nuestras relaciones, deja entrever cómo nos posicionamos frente a los otros y frente a nuestra propia realidad. El doctor Miguel Oscar Menassa señalaba que, en el fondo, lo que no toleramos es el sentimiento de otredad, que nos recuerda que no somos únicos ni completos.

Quevedo lo expresaba con ironía al afirmar que “la envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come”. La tradición católica la ubica entre los siete pecados capitales, motivo por el cual socialmente se la rechaza. Pero justamente aquello que se reprime con más fuerza suele actuar de forma más intensa desde el inconsciente.

El término “envidia” proviene del latín invidere, que significa “mirar con malos ojos”. De ahí deriva también la creencia en el “mal de ojo”, que no es más que la proyección de la hostilidad que alguien siente hacia otro. No se trata de magia, sino de cómo la culpa inconsciente —por desear, por rivalizar, por agredir en la fantasía— puede llevar a castigarse, a originar situaciones desgraciadas, o interpretar acontecimientos desafortunados como “mal de ojo” (es la interpretación proyectada de sus propios deseos).

La envidia es un afecto primitivo que surge cuando el ser humano descubre hay otros que, por sí mismo, está incompleto, está fragmentado. Siempre habrá algo que falte; por eso el envidioso atribuye al otro la posesión de aquello que siente que le falta, aunque sea una atribución de algo que no es en sí valioso. En los celos todavía hay un objeto de deseo; en la envidia, en cambio, predomina el impulso destructivo: no se desea tener lo que el otro tiene, sino que el otro deje de tenerlo o de serlo. Lo insoportable es la diferencia, la evidencia de nuestra propia carencia.

Nacemos dependientes, necesitados, mortales. Venimos al mundo gracias a otros, y el mundo existía antes de que llegáramos y continuará cuando ya no estemos. La envidia, sin embargo, rechaza esta condición humana y pretende negar que somos seres incompletos, no somos perfectos.
Su efecto más nocivo es que dificulta la cooperación: impide establecer alianzas y convierte a los otros en rivales permanentes.

Hay quienes se frenan en su crecimiento personal o profesional por miedo a despertar la envidia ajena. Pero, en realidad, es su propia envidia lo que les aterra: como conocen esa emoción dentro de sí, imaginan que todos la sienten con la misma intensidad y temen del poder de ese deseo de destrucción, que pueda convertirse en realidad.

Expresiones como “me falta…” o “no tengo…” revelan, en muchos casos, fantasías de completud y la dificultad para aceptar que la vida implica trabajo, transformación, errores, deseo e incertidumbre. El envidioso, consciente o inconscientemente, aspira a una perfección imposible, cree que está completo. Por lo tanto, destruirá a quien atribuya que le recuerda que no.

La crítica constante, los rumores y las habladurías suelen ser vehículos de esta emoción tan dañina.
En un proceso psicoanalítico, la envidia puede ser elaborada y transformada, permitiendo reconocer nuestra condición de seres faltantes, disminuir el narcisismo y romper con posiciones psíquicas que aíslan y generan soledad.

Para quien se siente objeto de envidia, Goethe ofrece una imagen esclarecedora en su poema El labrador:

“Cabalgamos en todas direcciones
en busca de negocios y alegrías;
pero los perros ladran detrás,
ladran con todas sus fuerzas.
Quisieran los gozques del establo
seguirnos siempre,
pero ese ruido no demuestra más
que estamos cabalgando.”

Si dejamos que las críticas nos aplasten, es necesario examinar qué parte de nosotros se une a esos ataques. A veces también sufrimos nuestra propia envidia, porque descubrimos que los demás no nos valoran “solo por ser nosotros”, sino por lo que hacemos en la realidad (lógicamente).

El humor o una frase oportuna pueden aliviar tensiones; la cuestión está en la intensidad de lo que sentimos. La envidia puede guiar actos, decisiones, errores o incluso en instalarse la inacción. A través del trabajo psicoanalítico transforma la posición psíquica de la persona frente a la falta, la carencia, común en todos los mortales, construir un deseo más civilizado, menos destructivo, incluirte en la cadena humana, en el amor, en el trabajo.

Laura López, Psicóloga – Psicoanalista
wwww.lauralopezgarcia.com




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