EN EL LUGAR DE TRABAJO, MEJOR NO SALIR DEL ARMARIO
La sexualidad empresarial
tiene que ver con el entramado de las posiciones afectivo-sexuales,
esto es, psíquicas, que diferencian los modos de relacionarse entre
los compañeros, los superiores, los clientes, la forma de
organización interna, lo que se muestra, lo que se oculta, y al fin
y al cabo lo que hace que una organización tenga esa seña de
identidad, esa idiosincracia.
Cuando vamos a un
establecimiento todos captamos de una forma inconsciente ciertos
modus operandi que señalan desvíos en una sexualidad óptima
empresarial. Si no estamos atravesados por la teoría psicoanalítica
es difícil descentrarse de lo afectivo y hacer esa lectura
científica de la realidad de ese establecimiento. Hay una apariencia
y una latencia, que habla de esa sexualidad empresarial que hace que
se lleven a cabo ciertos comportamientos, actitudes, circunstancias
que convocan al buen desarrollo del trabajo, o a desvíos que
producen un rechazo y una resistencia tanto en los trabajadores como
en los clientes.
En el lugar de trabajo,
mejor no salir del armario. Hay cuestiones que forman parte de lo
privado de la organización empresarial y que el cliente no se tiene
por qué enterar. Los turnos, lo que a cada uno le toca hacer, lo que
ha pasado con el cliente anterior, si toma vacaciones un trabajador
en una fecha o en otra, el lugar donde tiene que ir ahora...se hablan
en privado, no delante de los clientes o de otro departamento. No hay
que airear cuestiones personales o que tienen que ver con cómo se
tienen que organizar en el día a día. Hay que reservar un espacio y
un tiempo para poder estructurar y resolver lo que los demás no
tienen que ver.
Lo privado no tiene que
exhibirse en público. Produce rechazo, malestar o una cuestión
vouyerista, donde se entra en el chismorreo y se dejan de seguir las
líneas directivas del trabajo. Hay que incluir la diferencia
también en el puesto de trabajo, tanto en el nivel organizativo como
con los clientes.
SUPERVISIÓN DE UN CENTRO
DE ESTÉTICA
Pide supervisión la
dueña de un centro de estética. Lleva trabajando en la zona más de
doce años y, aunque hace más de cinco años que tuvo que aumentar
la plantilla (pasó de dos trabajadoras a cuatro), ahora se queja de
que la clientela ha bajado y no sabe cómo redirigir el negocio.
Tras una auditoría
emocional, se detectó una falta de inclusión de la diferencia en
las situaciones frente al cliente y en el centro del trabajo. Tras el
saludo inicial, y el primer contacto, hablaban delante de los
clientes cuándo le tocaba a cada una, qué tratamiento tenían que
hacer, si habían ido a por cambio, qué turno tenían la semana que
viene...
Todo el trabajo inicial
de saludo y acercamiento al cliente sufría una fisura en el
transcurso de su permanencia allí. Seguían hablando en presencia de
los clientes sus cuestiones de organización en el día e, incluso
entraban en las cabinas buscando toallas, quitaesmaltes...haciendo
como si el cliente no estuviera. En lugar de trabajar en dirección
al cliente, lo hacían conforme a la organización interna,
descuidando así la privacidad necesaria para que las personas no se
sintieran incómodas y mal atendidas. Aunque el servicio era muy
bueno y el trato personal también (por eso no entendían lo que
pasaba), en esa ausencia de privacidad generaban desconfianza y falta
de atención. Dar de más, exhibir, es perjudicial para las
relaciones.
En las entrevistas con
la dueña del centro de estética se pudieron ir elaborando ciertas
cuestiones referentes a su manera de pensar la organización. Tras un
lapsus en el que en lugar de “empleadas” dijo “hermanas”, se
pudo ir reconstruyendo su historia de deseos a través de las
interpretaciones. Su madre, divorciada, siempre se había quejado de
la falta de confianza de su marido, su falta de “transparencia”.
La mujer, que había adolecido durante casi toda su vida de un
problema de “nervios”, le insistía a ella y a sus hermanas que
siempre había que ir con la verdad por delante. No toleraba que le
mintieran, y cuando alguna vez lo habían hecho, les administraba severos castigos.
Recuerda una escena
infantil en la que sus hermanas y ella se encontraban en el cuarto de
la menor, y se contaban un secreto de niñas. Entró su madre sin
llamar y se enfadó por ocultarle las cosas, diciéndoles que eso era
de mala educación. Desde entonces había crecido con esa frase,
donde todo lo oculto era de mala educación. La cuestión con lo
oculto y la transparencia se mezclaban en ella de una manera
infantil, donde su relación con los demás (empleados, clientes,
amigos, parejas...) se basaba en este conflicto interno inconsciente.
Tras una serie de
sesiones y las interpretaciones acontecidas en el seno de la
supervisión, pudo ir transformando esa forma de relacionarse,
llegando a establecer unas líneas claras y concretas en su negocio
basadas en la conveniencia del establecimiento de unos límites y la
privacidad de la organización interna frente al cliente. Ahora, tras
las directrices de la dueña, cuando tenían que hablar de algún
asunto, disponían de una habitación privada donde poder hacerlo.
Comenzaron a quedar media hora antes y a organizar sus citas y
puestos.
Con los clientes se fue
desarrollando un trato mucho mejor, incluyendo la diferencia y a la
vez estableciendo un muy buen clima laboral, donde hacían partícipes
de la armonía y la conversación a las personas que esperaban su
cita.
Laura López,
Psicoanalista Grupo Cero
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