AMOR Y TRABAJO

 



   Podríamos decir que hay dos formas principales del amor. El amor como  sentimiento de la especie que hace posible la procreación, es decir, que dos personas totalmente desconocidas puedan acoplarse y reproducirse. Y el amor que consiste en dar lo que no se tiene a quien no es, un amor más social y donde el mecanismo de la sublimación permite transformar las tendencias egoístas, eróticas y hostiles de las personas en energía psíquica para el trabajo por el bien común. Este tipo de amor permite transformar la realidad y beneficiar a otras personas que ni siquiera conozco, que tomarán de esa acción algo que ni siquiera sé. Por ejemplo, somos vendedores de un comercio y ahí se ofrecen productos de los cuales yo no me voy a beneficiar ni sé quién va a hacerlo ni qué va a tomar de ellos. Todos notamos cuando vamos a algún lugar y nos atienden de forma adecuada. Cuando un edificio o un puente se destruyen por cuestiones técnicas, ahí podríamos hacer una lectura de que no estaba construido con amor al otro, sino sujeto a afectos reprimidos en calidad de destrucción, sin amor, que han llevado a producir esas consecuencias.

   Pero retomemos al lugar que ocupas en el puesto de trabajo, Hemos dicho que amor es el sentimiento de la especie que permite la reproducción. Es decir, la especie va a ser una fuerza muy grande de la que no nos podemos deshacer. Nadie puede ir a trabajar dejándose, por así decirlo, los genitales en casa. Va a ser inevitable que, en el encuentro con los otros, aparezca este amor sexual.  Normalmente uno no va por ahí hablando abiertamente de los sentimientos amorosos que le surgen con otros personas en el trabajo porque, entre otras cosas, hay una censura inconsciente que reprime, separa ese afecto que surge de esa persona y lo aparta al inconsciente. Entonces el afecto se desplaza a otra personas, o se transforma en lo contrario (por ejemplo odio) y parece que se odia a la persona en cuestión, cuando en realidad son sentimientos amorosos sexuales no tolerados. Te preguntarás que por qué hacemos todo eso para no reconocer que una persona de nuestro trabajo nos atrae. Parece absurdo. Pero sí, realmente la forma de resolver las afectividades cotidianas puede ser  así. Son los mecanismos inconscientes que nada tienen que ver con la lógica de la razón. Por eso el grado de tolerancia que tengamos con nosotros mismos, con la gestión de eso de humano que soy pero que rechazo a la vez, es muy importante. Y eso se transforma con un training en psicoanálisis. Siempre hay una moral, un superyó, que vigila y denuncia cualquier atisbo de afectividad que impida alcanzar el ideal imposible que se traza. Es como el fenómeno religioso que juega con las culpas primordiales del ser humano.  Cuanto más puro y casto quiere ser uno, más sentimiento de culpa le asalta. Cualquier tentación es motivo de flagelación, penitencia o transformación en otra cosa para “disimular”.

  Hay situaciones que pasan en el trabajo que están generadas por afectos que no pueden transformarse, que están reprimidos, y que pueden producir enquistamientos emocionales de situaciones que no pueden resolverse, desvíos en el camino de la producción. Podemos asegurar que más del noventa por ciento de los problemas que ocurren en el ámbito laboral como  también el buen funcionamiento, están generados por lo psíquico. Siempre se articula lo psíquico y el trabajo, como lo psíquico y el cuerpo.

    El amor social nos permite trabajar entre otros, renunciar a nuestro narcisismo y legislarlo para poder producir más allá de nosotros mismos y hacia los demás. Cuando trabajamos con otras personas, ya no somos uno, sino una producción grupal. Sigmund Freud en Psicología de las masas y análisis del yo, indica que la psicología individual y la social son al mismo tiempo. Las otras personas van a ser para mí o bien modelos, auxiliares o adversarios. Importante tenerlo en cuenta, como también indicar que el grupo recibe esa herencia familiar y la horda primitiva como formas originarias de la sociedad.  Es interesante porque nos indica que podemos estar repitiendo formas de relacionarnos o bien infantiles o primitivas.

  Es necesario agruparse para producir una tarea pero en las relaciones con los otros existe el fenómeno de la transferencia, donde se pueden depositar afectos, sentimientos, formas de relacionarse, que provienen de lo infantil y que se repiten en cada escena como si de un autómata se tratara. ¿No te pareció que observaste en muchas ocasiones tanto en los demás como en uno mismo que se reacciona de formas parecidas? Pues bien, eso no tiene nada que ver con que uno es así, o la personalidad, sino con cómo psíquicamente yo haya renunciado a mi narcisismo, o esté en posiciones infantiles, afectos que se desplazan en unas situaciones a otras como si fuesen las mismas.

   Y en ese sentido, habitar en el amor social tiene que ver con pasar del amor a mí mismo, al social y por último el social: dar lo que no tengo a quien no es.

 

Laura López, Psicóloga y psicoanalista 

en formación continua con Grupo Cero 

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